Justo con el advenimiento de la independencia de los dos países más importantes del norte de Africa, los amazighs, conocidos por beréberes, se vieron agredidos y reprimidos violentamente. En Marruecos se desató una severa represión en el Rif en los años 58 y 59, cuando los rifeños se sublevaron contra el programa de marginación sociopolítica del Norte por parte del gobierno del partido del Istiqlal.
Asimismo, en Argelia, desde los primeros meses de la independencia, la Kabilia se percibía como una región agredida y políticamente desposeída de una victoria de la cual se reclamaba protagonista principal, tal como subraya Salem Chaker. Efectivamente, el mayor número de víctimas caídas bajo las balas del colonialismo francés durante los ocho años de guerra de liberación fueron cabileñas.
Tampoco olvidemos el hecho de que la potencia francesa se apresuró a deshacerse de Marruecos en 1956, gracias al surgimiento, aunque tardío, del Ejército de Liberación del Norte y del Sur.
Como vemos, ya en los primeros años de la independencia de los Estados magrebíes, las élites gobernantes, surgidas del movimiento nacionalista y protagonistas de unos principios de emancipación democrática, fueron desacreditadas por sus ilegítimas actuaciones.
En Marruecos, el partido del Istiqlal, artífice de la ideología arabo-islámica, prefirió la represión militar al diálogo político con los amazighs del Rif, injustamente tachados de separatistas. Mientras que en Argelia los golpistas militares, encabezados por Ben Bella y Bumedian, responsables de introducir la política hegemónica bajo un único partido, el Frente de Liberación Nacional (FLN), no dudaron en emprender un genocidio contra los sublevados de la Kabilia. Hocine Ait Ahmed, principal mentor de la creación del partido de oposición Frente de Fuerzas Socialistas (FSS) en 1963, que focalizaba el descontento cabileño, se exilió a Francia para poder ahorrar al pueblo argelino una segunda guerra civil, cuando aún estaban frescas las heridas de la larga y trágica guerra de liberación. A pesar de ello, no se evitó la represión desatada sobre los militantes de su partido.
Algunas de las preguntas que nos planteamos son, por ejemplo:
– ¿Por qué los gobiernos centrales, nutridos por la ideología árabe-musulmana, marginaron políticamente y oprimieron violentamente a los amazighs?
– A qué se debe esta ocultación histórica del elemento amazigh, condenado a ser colaborador del colonialismo francés
– Por qué se marginaron sus manifestaciones culturales, reducidas al folklore y a reclamos turísticos?
Lo que podemos afirmar de antemano es que existen toda una serie de ideas erróneas, basadas fundamentalmente en un falso mito, que los nacionalistas magrebíes han aprovechado voluntariamente con la clara finalidad de mantener una parte considerable (40%) de su población al margen de la participación política y de su integración en la economía nacional de sus países. Este mito, de larga vida, se denominó el mito beréber, cuya manifestación más relevante fue el « dahir beréber » promulgado en mayo de 1930.
En la actualidad, muchos se sorprenden del fracaso de la Unión del Magreb Arabe, incapaz de materializarse en un ambicioso proyecto político que aspire a aglutinar las voluntades de los cinco países del Norte de Africa como un destino común en torno a la defensa de sus intereses económicos, cuando además comparten una sola lengua oficial, el árabe clásico, profesan una sola religión, el Islam malekita, y tienen unos sistemas políticos autoritarios muy parecidos, mientras que la Unión Europea, con quince países diferentes de diversos idiomas y diferentes sistemas políticos, lo ha conseguido. Aún hoy los arabistas españoles no cesan de proclamar el hecho lingüístico como factor de unión por excelencia de una mítica Liga de los Países Arabes y también, claro, del Magreb.
Su lógica equivocación reside en la ignorancia de que la Unión Europea se ha basado, ante todo, en los sistemas políticos claramente democráticos de sus países integrantes, resaltando al efecto su diversidad cultural y lingüística, totalmente al contrario del deseo de los países árabes, que desgastan fútiles energías en aniquilar cualquier diversidad en favor de un estado monocolor, homogéneo y sometido, al que se enorgullecen de proclamar « integrador » . Es decir, la asimilación de todas las peculiaridades, con el fin de conformarse artificialmente en la ideología oficial del Estado-Nación.
Precisamente por esta razón, algunos magrebólogos, como Charles Micaud, no dudaron en los años setenta en pronosticar la disolución del « sustrato amazigh » con la política de arabización lingüística de todo el país.
Es difícil que la democracia sea una realidad en el Magreb mientras sus Estados no asuman de manera sincera el elemento amazigh, destacando al respecto el legado civilizacional, y sobre todo, rectificando y revisando sus historias, con el fin de reconciliarse consigo mismos; reconociendo, a continuación la evidente lucha de los amazighs por la independencia. Si ahora tienen conflictos internos, más violentos en el caso argelino, es el resultado de profundas contradicciones del modelo Estado-Nación, que se quiere mantener a toda costa, a expensas de una verdadera apertura democrática, seguida de un pertinente reconocimiento de la riqueza de la diversidad cultural.
Volviendo a la política colonial francesa, tendremos que bosquejar la realidad sociopolítica del Magreb antes y durante la dominación francesa, centrándonos más en el caso marroquí.
Durante largos siglos, el Magreb ha estado dividido en dos zonas más o menos bien diferenciadas: el bled el-Majzen, territorio bajo la autoridad central de la dinastía reinante, y el bled es-Siba compuesto por las tribus disidentes, existiendo entre estos dos espacios una frontera móvil y fluctuante. Simplificando, el poder del Bled Majzen se ejercía sobre todo en las ciudades amuralladas y en las zonas rurales circundantes, justificándose su legitimidad con la recaudación de impuestos. Había unas tribus privilegiadas exentas de impuestos, utilizadas por el poder jalifiano para asentar mediante la violencia su propia presencia y mandarlas en caso de represalias sobre tribus que desafiaban las órdenes emanadas del poder central. Este territorio era en gran parte arabófono, mientras que las tribus del bled Siba, que se escapaban o se oponían a pagar dichos impuestos, eran berberófonas, ubicadas en zonas montañosas y desérticas.
De este modo, existían en realidad, antes de la llegada de las tropas europeas, dos poderes enfrentados mutuamente que intentaban aniquilarse el uno al otro sin que nunca lo consiguieran. Lo que se traducía, sin vencedores ni vencidos, en un cierto equilibrio entre la tentativa de centralización y hegemonía política del poder dinástico y el poder difuso y marginal de las tribus republicanas o autónomas.
Los oficiales de las tropas colonialistas francesas, al conquistar el Norte de Africa se sorprendieron de esta inesperada dicotomía, de la que quisieron aprovecharse en su empresa colonial: dividir para reinar.
Marruecos, por ejemplo, bajo el pretexto de restaurar la autoridad debilitada del sultanato sobre la integridad territorial, utilizó el protectorado para pacificar las tribus, es decir, para romper este equilibrio de poderes con identidades propias, sometiendo a las tribus amazighs. Empresa que resultó ser difícil y complicada por la feroz resistencia beréber en todo el bled Siba. Debido según Akouaou a que los beréberes siempre han pretendido una legitimidad defensiva, es decir una legitimidad histórica de defensa inscrita en una dialéctica de Centro y de Periferia que, podemos añadir, se remonta a las épocas fenicia y romana.
Estas sociedades amazigho-parlantes, patrilineales y segmentarias agotaron todas sus energías antes de someterse. Una vez sometida una tribu, los oficiales franceses la utilizaban contra otra tribu vecina, siguiendo de este modo la política majzeniana.
Mientras que la potencia colonial asentaba su propia autoridad, se desarrollaba entre los militares franceses un sentimiento de berberofilia. Es decir, una cierta admiración positiva y una visión apreciativa hacia el buen salvaje por sus valores de laboriosidad, valentía, libertad, fidelidad, sentido práctico y falta de fanatismo agresivo. Como decían, « es el arado beréber el que convirtió Africa en el granero de Roma » .
Pero las cualidades más admiradas en los beréberes fueron sus ideales democráticos e igualitarios en el seno de sus instituciones sociopolíticas. Estas virtudes políticas de democracia laica fueron bien descritas por el general Hanoteau y su consejero Letourneaux (1873) en su obra « Kabylie et les coutûmes kabyles » , por Masqueray en su libro sobre « La formation des cités dans les populations sedentaires de l’Algérie » (1886), y por Robert Montagne en sus artículos y su libro « Les berbères et le Makhzen dans le sud du Maroc » (1930). Las ideas de estos autores han tenido consecuentemente un gran impacto, por un lado, sobre los oficiales de los asuntos indígenas con respecto a la constitución democrática de las llamadas repúblicas beréberes, convirtiéndose en autores de una política asimilacionista; y por otro lado, sobre los hombres políticos de tendencia republicana y anticlerical, quienes sostenían que las costumbres beréberes tenían más afinidades con los franceses que con los árabes. Avanzaban también que su capacidad de adaptación al progreso y sus leyes laicas acercaban más estos beréberes a ellos que a los árabes. Estos últimos eran tachados de seres perezosos, lentos, soñadores y fanáticos.
A pesar del enfrentamiento con la revuelta de Moqrani en Kabilia y la resistencia de las tribus del Atlas, bajo liderazgo de Moha el Zayani, estas ideas míticas persistieron hasta que los asimilacionistas se vieron defraudados por el fuerte conservadurismo de estos amazighs, fuertemente apegados a sus costumbres y cánones. Lo que llevaría a los oficiales a optar por una política indigenista de asimilación a largo plazo.
Dicha política beréber no fue creada en 1930, sino mucho antes de que la pacificación se hubiera concluido. Giraba fundamentalmente en torno a dos ejes:
1. Introducir reformas y modificaciones en el derecho consuetudinario por una parte,
2. y por otra parte, crear escuelas franco-beréberes en pro del afrancesamiento.
La Tayma’at, cuerpo político del consejo comunal, pierde su autonomía democrática. Aunque la elección de sus representantes era oficialmente libre, en realidad se decidía en las oficinas de los asuntos indígenas que daban cada vez más poder a los caídes, representantes del Majzen, o a los imgharen autoritarios. Esta institución republicana es sobre la que residía la democracia tribal.
Aunque teóricamente todo hombre capaz de llevar un fusil tenía derecho a participar, la Tayma’at solía estar integrada por hombres mayores, nobles y ricos.
Como precisa E. Gellner, la noción de democracia en estas tribus amazighs no se basa en nociones ideológicas sino que es « una democracia estructural » basada en la segmentariedad de la sociedad y en un « carácter de marginalismo » respecto al poder central. En esta democracia de principio, el antropólogo David M. Hart precisaba que « los sistemas segmentarios y los sistemas de alianzas « leffs » contienen, y por separado, tendencias igualitarias e involuntarias que, no obstante, se oponen a la creación de autoridades políticas permanentes » . La Tayma’at, al mismo tiempo consejo municipal y comunal y corte de justicia, sostenía en su seno los poderes legislativos y ejecutivos. Permitía por lo tanto la elección de los jefes llamados imgharen en unas elecciones anuales.
Como subraya Camille Lacoste-Dujardin en su artículo sobre la democracia cabileña recogido en el libro que hemos editado, el rechazo actual tanto al islamismo como al mantenimiento del poder militar como sistemas dictatoriales por parte de los cabileños, no se debe a un particularismo beréber, ni a una tibieza religiosa, ni a una mejor situación económica en Kabilia, sino más bien a una indiscutible adhesión tradicional a las ideas igualitarias, adhesión a esta democracie vêcue (democracia vivida), según la expresión de Pierre Bourdieu.
Pero no obstante, en las épocas precapitalista y colonial surgían autoridades personales permanentes cuando los imgharen se enriquecían y ejercían sus ambiciones de poder mediante la violencia, como es el caso de los grandes caídes del sur, el Glawi Gundafi por ejemplo, y con estas personas que eran en cierta manera feudales, el poder central o el propio colonialismo francés colaboraban para asentar la autoridad central o dinástica.
Los militares franceses pudieron modificar estas instituciones republicanas de Tayma’at por sus deseos de centralismo político, cambiando sustancialmente el curso de esta jurisprudencia beréber cada vez más sujeta a caídes y a jueces franceses, mediante diferentes leyes decretadas desde la primera década hasta la promulgación del dahir beréber en 1930. Los franceses no eximieron a los beréberes de la shari’a, la ley islámica, que en el bled el Majzen era administraba por jueces coránicos, sino solamente mantuvieron superficialmente su propia jurisdicción consuetudinaria que había imperado siempre en esta parte del país del bled Siba, como sucede con otras poblaciones musulmanas tales como los kurdos, los afganos y los pujtunes de Pakistán. Este derecho secular era sustancialmente laico en el sentido de que emanaba de las tradiciones y que se podía, y esto es lo más importante, modificar por consentimiento de la tayma’at. Su especificidad reside también en el recurso a tribunales locales laicos; las pruebas del juicio se hacían mediante un juramente colectivo donde se implicaba todo el patrilinaje del acusado. Y se solía celebrar en lugares santos, morabitos, donde imperaba la creencia en sanciones sobrenaturales.
En realidad, la chispa que encendió el nacimiento del nacionalismo arabo-musulmán marroquí en los centros urbanos fue la conversión de algunos individuos beréberes al cristianismo por parte de algunos franciscanos o padres blancos, misioneros católicos. Por lo que algunos jóvenes politizados que se reunían en el entorno de Ahmed Balafrej en Rabat y de Allal El Fasi en Fez, constituyeron en 1927 – justo después de la rendición del líder rifeño Mohamed Abdelkrim al-Jattabi- una asociación, « la liga Marroquí » , con el fin de combatir el dahir beréber como una tentativa de evangelización de los beréberes. Estos jóvenes formaron el núcleo del primer partido político marroquí, el Comité de Acción Marroquí, que más tarde se convertirá en el partido del Istiqlal, artífice de la lucha política en favor del acceso de Marruecos a su independencia. Una vez conseguida ésta, los militantes del Istiqlal dictaron la supresión del derecho consuetudinario como si fuera una creación colonial y cerraron las escuelas franco-beréberes, mientras que se conservaron las escuelas franco-árabes.
Ya en su origen fuertemente influenciados por las ideas religiosas del islam ortodoxo, los partidos surgidos por sucesivas divisiones del Istiqlal mantenían las mismas ideas negativas sobre los beréberes, como si fueran colaboradores del colonialismo, ignorando -como precisa Salem Chaker- que los que sufrieron al máximo la violencia colonial fueron los propios beréberes y que el discurso berberófilo francés no tuvo nunca ninguna traducción positiva para la lengua y la cultura beréberes, principales soportes de la identidad amazigh en el Magreb.
Desde el principio y sobre todo en los años 70, bajo el firme influjo del panarabismo, los partidos nacionales y sobre todo de izquierdas abogaron por una activa política de arabización según los preceptos del arabismo, fundamentada en el elemento lingüístico y separada de connotaciones religiosas, partiendo de la idea de que los arabófonos son árabes. Lo que se tradujo en una verdadera cruzada contra el berberismo.
Efectivamente, los Estados del Magreb utilizaron todos los medios al alcance para dicho propósito: la escolarización penetró hasta el último rincón del mundo rural y de las cordilleras del Atlas; se intensificó el tejido administrativo; los medios de comunicación, tanto escritos como audiovisuales, se expresaban casi exclusivamente en árabe, y en menor grado en francés; se controlaban estrictamente las actividades culturales y la producción literaria y en los mítines políticos y en las reuniones públicas no había sitio para el beréber.
Esta amplia política de aculturación y asimilación masiva iba en paralelo a la marginación de las zonas de dominio berberófono de los proyectos de desarrollo regional, convirtiéndolas en los principales focos de emisión de emigrantes hacia Europa occidental.
En consecuencia, los inmigrantes rifeños, susis y cabileños siguen ingresando grandes sumas de divisas en las arcas del Estado. A pesar de tanta opresión, marginación y exclusión del panorama sociopolítico magrebí, los beréberes no se rinden. Han surgido asociaciones de defensa y promoción del tamazight, que se han organizado hasta el punto de crear grandes movimientos populares, como es el caso de la Kabilia.
La prohibición de la conferencia de Moulud Mammeri sobre la poesía cabileña fue la chispa que originó manifestaciones de estudiantes y la huelga general en la primavera de 1980, conocida por « Tafsut n-imazighen » . Esto desencadenó a continuación la creación del Movimiento Cultural Beréber (MCB), del cual se derivó un partido político, la Agrupación por la Cultura y Democracia (RCD) en 1989, liderado por el médico Said Saadi; la Asociación de Derechos Humanos fue en gran parte la artífice de la apertura democrática del régimen argelino en 1988.
También despertó la vitalidad del gran partido de oposición, Frente de Fuerzas Socialistas (FFS), que integróla cuestión sociolingüística beréber en su programa un año antes de la « primavera beréber » del 80, y que encabeza una de las figuras más carismáticas de la revolución argelina: Hocine Ait Ahmed. Los dos partidos manifiestan su total rechazo a la persistencia de un Estado policiaco-militar con la misma firmeza y determinación que el advenimiento de una república integrista. Y en los últimos años se han multiplicado sus movilizaciones populares, reivindicando insistentemente la oficialidad del tamazight como lengua nacional por una parte, y por otra tratando de no convertirse en el chivo expiatorio de algún acuerdo de reparto de poder entre militares e islamistas, como el intento fallido de los militares con el Frente de Salvación Islámico (FIS). Dichas oportunas movilizaciones consiguieron la inclusión del tamazight en los departamentos de postgraduación de las universidades de Tizi-Uzu y de Byaya en 1991. Y el boicot escolar a lo largo del curso 94/95, masivamente seguido en toda la Kabilia, llevó a las autoridades de Liamin Zerual a crear un Alto Comisariado del Tamazight como forma de tomar medidas oficiales en favor de la enseñanza de dicha lengua, creado por decreto presidencial el 28 de mayo de 1995.
Mientras, en Marruecos el encarcelamiento el primero de mayo de 1994 de militantes de la Asociación Tilelli (libertad en tamazight), por desplegar pancartas en favor del tamazight en la escuela, originó todo un movimiento de solidaridad tanto nacional como internacional por parte de todas las asociaciones culturales que se han adherido a la Carta de Agadir de 1991, del Movimiento Popular Nacional, liderado por Mahjoubi Aherdan y de los partidos políticos de izquierda, y por parte de las asociaciones de derechos humanos marroquíes. Lo que contribuyó, sin duda, a la decisión del monarca alauí, Hassan II, sobre la inclusión de los idiomas beréberes en la enseñanza primaria, en su discurso del 20 de agosto de 1994, sin que por ello se traduzca hasta ahora en hechos reales. Cabe decir lo mismo respecto a las últimas reformas de la Constitución, en septiembre pasado, cuando las asociaciones de cultura beréber, unas veinte, reunidas en un consejo de « Coordinación Nacional » , solicitaron al propio Rey la inclusión del tamazight como idioma nacional y oficial, colaborando así en su efectiva democratización.
La desilusionada respuesta refleja aún las inexplicables reticencias tanto del poder estatal como de los partidos políticos hacia la cuestión amazigh, traducidas en un cómplice silencio mediático, justo después del eco que ha tenido la celebración del Congreso Mundial Amazigh, creado en septiembre de 1995 en la localidad francesa de Saint Rome de Dolan, donde los marroquíes participaron de manera activa. Se destacó, en dicho evento histórico, la ausencia de militantes argelinos, imposibilitados para acudir por ser rechazados sus visados.
Parafraseando a Salem Chaker: todos los magrebíes tienen mucho que ganar asumiendo y enriqueciendo la cultura tamazight, aceptando su complejidad y diversidad. Se debe trabajar en favor de una verdadera democracia, recuperando argumentos históricos y propios inherentes a la tradición, haciendo éstos compatibles con el concepto de democracia, desarrollado históricamente en Occidente a partir de la Revolución Francesa, como un intento de adaptación de la tradición a la modernidad. Como afirma muy acertadamente el gran magrebólogo Mohamed Arkoun, la derivación hacia un islam militante y mitológico, y un arabismo abstracto e intolerante, han retrasado hasta nuestros días la reevaluación crítica de los componentes históricos, sociológicos y antropológicos de las sociedades magrebíes. Así, en vez de tomar en cuenta el « sustrato » beréber, aún vivo, hemos preferido insistir, exclusivamente, sobre el carácter árabe e islámico de las identidades « nacionales » artificialmente diferenciadas para poder mejor asentar las legitimidades políticas de los Estados del Magreb.
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* Rachid Raha Ahmed es Presidente de la Asociación de Cultura Tamazight.